Un día en Nikko y el festival de primavera

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No fui a Nikko hasta mi cuarto viaje a Japón, pensando que sería un lugar demasiado turístico. Fue un error por mi parte, ¡porque rápidamente se convirtió en uno de mis lugares preferidos del país! Nikko es un pequeño pueblo en la prefectura de Tochigi, con preciosa naturaleza mires donde mires, templos y santuarios —algunos grandiosos, otros escondidos— y tantos restaurantes y platos regionales interesantes que os haréis un harto de comer.

Voy a contaros como fue mi visita a Nikko. Estuve ahí durante el festival “Yayoi-sai”, celebrado cada año a mediados de abril para dar la bienvenida a la primavera, así que he incluido también algunas fotos de los eventos.

Como esta pequeña ceremonia en el santuario Futarasan.

Después de dos horas de tren, mi hermana y yo llegamos a la estación de Tobu-Nikko. Lo primero que hicimos fue ponernos la chaqueta, el aire de Nikko estaba fresco comparado con Tokio, y lo segundo, aceptar una rama de árbol que, según nos dijeron, era “para el festival”. Con este misterio todavía sin resolver, cogimos el bus fácilmente y llegamos, unos minutos más tarde, al puente de Nikko.

Podríamos decir que el puente de Nikko es la entrada a la zona de templos. En primavera, cuando fui yo, quizás no sea el mejor momento para fotografiarlo… pero en verano todas las plantas y montañas alrededor lucen hojas verdes y, en invierno, el paisaje se ve cubierto de nieve blanca propia de antiguas leyendas japonesas. En esos momentos, la laca roja de la madera parece brillar más. En octubre, los colores vibrantes del otoño camuflan el puente y parece que forme parte del paisaje naturalmente.

Pero no debéis preocuparos si visitéis en primavera: si queréis disfrutar realmente de tesoros lacados y rojos vivos, hace falta nada más que un pequeño esfuerzo para la subida delante del puente y pronto llegaréis a los templos de Nikko.

Creo que a veces es mejor dejar que las fotos hablen solos, en vez de intentar contar lo que vi:

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Los templos y santuarios de Nikko son unos de los más elaborados y bellos del país, entre ellas el mausoleo para uno de los shoguns más importantes de la historia japonesa: Ieyasu Tokugawa. Es sin duda uno de los mejores sitios para visitar alrededor de Tokio.

¡Pero aún no habíamos acabado con nuestra visita! Un amigo me había recomendado un camino en el bosque detrás de los templos, así que seguimos una calle vacía que parecía no ir a ninguna parte. Pero mi mapa con las instrucciones de mi amigo decían que íbamos bien y, en efecto, pronto llegamos a unas escalas que se adentraban en el bosque, enmarcadas por grandes cedros.

 

Las montañas alrededor de Nikko suelen tener osos, así que mi hermana y yo procuramos subir hablando y cantando para asegurarnos de no cruzarnos con ninguno.

Al final llegamos a una pequeña cascada. El camino continúa, si no recuerdo mal, hasta la cima de una montaña. No es un camino muy difícil. Pero nosotras decidimos volver porque aún nos quedaban cosas por ver. ¡Y comer, claro!

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Paramos a una pequeña cafetería para comer. Nos sirvieron la especialidad de Nikko: yuba. Yuba es piel de tofu, se consigue bullendo leche de soja. Puede sonar un poco raro para extranjeros, pero en realidad es una comida bastante popular en Japón, especialmente en restaurantes de alta gama, y vale la pena probarlo.
Para postres, me pedí un bol de zenzai, una sopa hecha de judías rojas y bolitas hervidas de trigo, un snack típico japonés, y amazake, literalmente “sake dulce”. Amazake en realidad no contiene sake, es una bebida de arroz no alcohólica apto para niños si quieren probarlo, ¡pero sí que es muy dulce!

Con energías recargadas, visitamos el último punto que quería ver ese día, el “cañón Kanmangafuchi”. Es conocida por su fila de estatuas de piedra de Jizo, una figura budista cuidador de los difuntos, especialmente niños.

Durante el resto del día descansamos en nuestro minshuku, un alojamiento tradicional pero, a diferencia de un ryokan, con un aire bastante familiar e informal.

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Disfrutamos también un poco del festival. Se nos había acercado un hombre en yukata, vestimenta tradicional, a darnos un amuleto y nos explicó que teníamos que atarlo a la misteriosa rama que nos habían dado esa mañana. ¡Cada carroza tenía amuletos que debíamos recoger si queríamos tener buena suerte!
En el puente de Nikko, salieron a hacer una ceremonia sintoísta.

En caer la noche, la desfilada empezó a moverse en dirección a la estación, así que seguimos el festival por el pueblo, en algunos momentos empujando también las cavalgatas.

Fue una noche poco silenciosa. Tambores en cada uno de las carrozas, hombres repentinamente gritando cantos tradicionales, el croc-croc continuo de chanclas de madera y grandes risas. Y sobretodo, ¡mucho sake!

Nikko es un pueblo precioso. Se puede visitar en un día desde Tokio y lo recomiendo a todo aquel que quiera ver el lado tradicional de Japón.

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